( El desconcierto.cl ) Sembrar el desierto, como dicen unos, parece ser cosa del futuro. Pero llevar agua al norte, recorriendo más de mil kilómetros, es una idea en el fondo, tan vieja como el hilo negro. Y es que, además de los costos ambientales y sociales que esto trae aparejado, con este proyecto en el mejor de los casos, quedamos igual como estamos en materia hídrica. En el fondo, es desvestir un santo para vestir a otro.
Chile está viviendo una sequía histórica, de eso no hay duda. Según el Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia, de la Universidad de Chile, el déficit de lluvias del año 2019 fue cercano al 80% entre las regiones de Coquimbo y el Maule, y en torno al 30% entre el Biobío y Los Lagos. Ese mismo año, se cumplió una década de la denominada megasequía, la que promedia un déficit de lluvias de entre el 25 y 30% en gran parte de Chile central. Esto ha significado, entre otras cosas, la muerte de miles de animales de crianceros y ganaderos y ha acentuado los problemas de acceso al agua para el consumo humano.
En este contexto, aparecen y reaparecen iniciativas que buscan aumentar la oferta de agua para usos productivos, principalmente el agrícola, lo que ha llevado a poner nuevamente en el debate a la denominada “carretera hídrica”, liderada por la Corporación Reguemos Chile, que en términos sencillos, consiste en llevar agua por la cordillera y valles desde el sur al centro y norte del país, con el objeto de incorporar 1 millón de nuevas hectáreas de superficie regada, pudiendo también proveer de agua a la minería y generar energía hidroeléctrica.
A través de una red de canales y aprovechando cauces naturales, serían conectadas cuencas aportantes y cuencas receptoras. El primer tramo, de los cinco propuestos, comienza en el río Queuco, en el alto Biobío y recorre 1017 Km recogiendo aguas de los ríos Diguillín, Chillán, Niblinto, Cato, Ñuble, Perquilauquen, Longaví, Achibueno y Ancoa, hasta descargar finalmente las aguas en el embalse Convento Viejo, en la región de O’Higgins.
Un aspecto preocupante del proyecto, es que las cuencas aportantes entre las regiones del Maule y del Biobío, son territorios que comienzan a evidenciar la escasez hídrica. Ejemplo de ello, son las 13 comunas de la región del Maule y las ocho de la región del Ñuble, declaradas en emergencia agrícola por el ministerio de Agricultura en la última temporada de riego. O los 20 decretos de escasez hídrica que ha emitido el ministerio de Obras Públicas en las regiones del Maule y Biobío, desde el 2008. Considerando este escenario, extraer agua desde las partes altas de estas cuencas solo aumentará la presión sobre estos complejos sistemas socionaturales, provocando eventualmente una mayor escasez a futuro, con los conflictos que esta situación trae.
Por otro lado, aun cuando se quiere presentar como una solución a la escasez hídrica, este proyecto aumenta la demanda de agua en las cuencas receptoras incorporando nuevas hectáreas de riego, haciéndolas dependientes de agua importada a un alto costo, lo que incluso podría significar aumentar las brechas de acceso a este elemento por parte de pequeños agricultores y servicios de agua potable rural (APR). En efecto, cabe preguntarse cómo podrían solventar los costos que implica pagar por agua traída desde más de mil kilómetros de distancia.
Asimismo, el proyecto no va en la línea de adaptación al cambio climático -aconsejada por diversos expertos-, ya que en vez de gestionar los recursos existentes y promover prácticas más sustentables adaptadas a la disponibilidad hídrica local, se genera dependencia de fuentes externas -cuencas aportantes- igualmente vulnerables al cambio climático. Así, por el contrario a lo que se plantea, el proyecto no aumentaría la seguridad hídrica en las cuencas receptoras.
Al contrario de lo recomendado -gestionar la demanda-, la lógica detrás de la carretera hídrica es el aumento de la oferta de agua, bajo un enfoque neoliberal que busca el crecimiento ilimitado, pero en base a la explotación de una naturaleza finita y de un pensamiento lineal que ignora la complejidad de los sistemas socionaturales. Esta misma lógica, es la que nos ha llevado a ser testigos de la destrucción de sistemas hídricos, primero en Copiapó, luego en la provincia de Petorca, y recientemente en Aculeo. No considerar el agua como un elemento finito a escala humana, impide alcanzar un equilibrio que permita desarrollar una sociedad de forma sostenible.
En definitiva, lo que subyace tras la idea de “regar el desierto” es en realidad la lucha interminable por sostener a cualquier precio un sistema productivo extractivista, que ignora nuestra relación y coexistencia con el medio natural. Pues claro, si la naturaleza nos dio desierto, vamos a regarlo.
Gustavo Abrigo, Leonardo Gatica y Nicolás Ruiz / Miembros del Colegio de Ingenieros en Recursos Naturales, CIRN AG