Pasadas las tres de la tarde de este jueves, el bullicio habitual del Barrio Franklin se transformó en pánico. Un automóvil se detuvo frente a un galpón ubicado en la intersección de calles San Francisco con Placer. De él bajaron al menos cinco sujetos armados. No hubo gritos de advertencia. No hubo discusión. Solo ráfagas.
En cuestión de segundos, las detonaciones sacudieron el corazón del barrio, conocido por su comercio popular, sus bodegas, su gente trabajadora. El estruendo se confundió al principio con fuegos artificiales. Pero eran balas. Muchas. Más de 30 casquillos quedaron regados en el suelo como testigos mudos de la violencia.
Dentro del galpón, varias personas resultaron heridas. Una mujer de nacionalidad haitiana recibió un disparo en la parte posterior del cráneo. Quedó tendida, sangrando, mientras testigos llamaban desesperados a emergencias. Otros dos hombres fueron alcanzados por proyectiles, aunque sus lesiones fueron menos graves.
Los agresores escaparon del lugar con frialdad. En minutos, patrullas policiales, motos de Carabineros y personal del OS-9 llegaron a la zona. La Fiscalía de Alta Complejidad tomó el control del sitio del suceso y comenzó a levantar evidencias. Algunos comerciantes, aún temblorosos, relataron que el ataque parecía dirigido, casi como una ejecución.
Por precaución, y dada la magnitud del operativo, la estación Franklin del Metro de Santiago fue cerrada temporalmente. Los pasajeros fueron evacuados, el tránsito redirigido, y los vecinos comenzaron a compartir imágenes del tiroteo por redes sociales.
Lo que pasó en Franklin no fue solo una balacera. Fue un recordatorio brutal de que la criminalidad organizada ya no se esconde en la periferia ni actúa en la sombra. Ataca a plena luz del día, en zonas concurridas, frente a cámaras y frente a la vida cotidiana de un país que asiste, cada vez más seguido, a escenas que antes solo llegaban por televisión desde otros rincones del continente.
La mujer herida, de piel oscura y acento extranjero, fue trasladada de urgencia. Está grave, pero con vida. En los alrededores, los vecinos no hablan solo de ella. Hablan del barrio. Dicen que “Franklin ya no es lo que era”, que “se ha llenado de mafias”, que “la violencia se instaló”, que el “crimen extranjero se tomó los galpones”.
No hay detenidos. Aún no hay certezas, pero sí una evidencia clara: la impunidad se mueve en automóvil, dispara sin mirar, y se marcha sin que nadie pueda detenerla.